Lectura quincenal

septiembre 29, 2012
La mujer es la isla
 
Auður Ava Ólafsdóttir
 

Cero

Así es como lo veo cuando vuelvo la vista atrás y lo recuerdo, aunque quizá no sea en el orden correcto. De todos modos, estamos allí juntos en el centro de la foto, yo lo agarro por los hombros y él me abraza también a mí —dada su condición, bastante más abajo—, un mechón castaño oscuro me cae sobre la frente, tan pálida, él muestra una sonrisa de oreja a oreja y estira la mano cerrada, sujetando algo.
Destacan sus orejas de soplillo en la parte baja de una cabeza grande; los audífonos son curiosamente aparatosos y anticuados, como receptores de ondas llegadas del espacio. Destacan también los ojos que las gafas agrandan tanto, hasta ocupar casi toda la lente; le dan un aspecto muy peculiar. De hecho, la gente por la calle se gira y lo mira al pasar. Primero se fijan en él y luego me miran a mí, para después volver a mirarlo a él y seguirlo mientras está a la vista. Nos miran, por ejemplo, cuando pasamos por el parque y yo cierro la cancilla al salir. Cuando le ayudo a subir al asiento del coche y le abrocho el cinturón veo que todavía nos miran desde los otros vehículos. Al fondo de la foto hay un coche de cuatro años con cambio de marchas manual. Los tres pececillos rojos flotando tirados en el maletero —él todavía no lo sabe— y el saco doble de dormir azul debajo, empapado como una esponja. Pronto he de comprarme dos edredones de pluma nuevos en la cooperativa porque no es cuestión de compartir un saco de dormir, una mujer de treinta y tres años con un niño que no es de su familia, nadie hace esas cosas. La compra no debería suponer ningún problema ya que la guantera está repleta de billetes recién sacados del banco. No se ha cometido ningún crimen en ninguna parte, a no ser que sea un crimen acostarse con tres hombres en un tramo de más o menos trescientos kilómetros cuando seguía la nacional circular que da la vuelta a la isla, en su mayor parte sin asfaltar y que, de hecho, es donde más se estrecha el paso entre el glaciar y la costa, y donde la mayoría de los puentes son de un solo carril.
Nada se presenta como debería ser, es el último día del mes de noviembre, un día de oscuridad cerrada sobre la isla, y vamos los dos con jersey: yo con un jersey blanco de cuello vuelto, y él con un jersey de ochos verde menta, recién calcetado y con capucha. La temperatura es similar a la de Lisboa el día anterior, dice el locutor en las noticias de la radio, y se prevé que sigan las precipitaciones y que el termómetro no baje. Por ello, las mujeres solas y con niños no deberían andar de viaje por la oscura tundra deshabitada sin un buen motivo, y menos aún acercarse a los puentes de un solo carril, ya que en muchas áreas los ríos se desbordan e inundan la carretera. No soy tan presuntuosa como para pensar que con cada puente de un solo carril vaya a aparecer un nuevo amante, aunque sería un aprieto por el que no me importaría pasar.

! Para leer los tres primeros capítulos completos, picha aquí.

1 comentario:

  1. Cielos, a medida que he ido leyendo la historia se ha vuelto cada vez más triste.
    No parece que la mujer y el niño tengan una vida fácil ¿eh?
    Este libro pinta bastante dramático... no sé yo si echar un vistazo a esos tres primeros capítulos... Me lo pensaré, igual empezo y si veo que se pone muy lacrimógena la cosa, corto xD

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