Lectura quincenal

enero 07, 2014
El diario azul de Carlota

Gemma Lienas


Berta se acerca hasta la escalera donde Mireya, Elisenda y yo estamos sentadas, descansando. Con mucha habilidad, Berta aprovecha la baranda tubular que llega hastala escalera para hacer una pirueta. Salta encima del tubo, que queda colocado entre la segunda y la tercera rueda, y se desliza por encima convirtiéndolo en una suerte de riel.

—¡Ostras! ¡Un grind perfecto! —chilla Elisenda.

Mireya se ha quedado con la boca abierta y yo grito entusiasmada:

—¡Ey! ¡La bomba, Berta! —Más bomba es lo que os voy a contar ahora —contesta ella, después de saltar del tubo y frenar justo delante de nuestros pies.

Observamos expectantes cómo se saca el móvil del bolsillo lateral de sus pantalones «cargo» y mueve a continuación el pulgar sobre las teclas del menú para buscar en su agenda de direcciones.

—Mirad —dice triunfal, y nos planta el móvil debajo de nuestras narices.

En la pantalla vemos escrito «Narciso» y debajo un número de teléfono. 

—¡Hala! —gritamos las tres a la vez. O tal vez no decimos lo mismo, pero sí que expresamos igual admiración con idéntica intensidad. Y es que, francamente, haber conseguido el teléfono de Narciso tan pocos días después de haber empezado el curso es toda una proeza. 

Narciso es un chico nuevo de la clase. Está como un queso. Las tiene locas a todas. A mí, no... 

—Os lo podéis quedar —digo. 

Mis amigas se lo toman en broma. 

—¡Uuuuuuh! —protestan a la vez para demostrar que no me creen. 
—Lo digo en serio —me reafirmo—. Este año he decidido que nada de novios. El lío que viví con Flanagan y Koert y, sobre todo, haberlo dejado primero con Flanagan y, unos meses después, con Koert me ha dado ganas de descansar. 

—¿Estás segura? —pregunta Mireya, que no se imagina la vida sin novios. 
—¡Y tan segura! —digo—. Me declaro en vacaciones sentimentales. Tengo ganas de disfrutar de mí misma. 

¿No os habéis fijado que ellos, los chicos, son capaces de hacerlo? Todas mueven la cabeza para decir que sí. 

—Pues he llegado a la conclusión de que ellos son capaces sólo cuando son jóvenes. Fijaos que, de mayores, siempre necesitan una mujer a su lado. En cambio a nosotras nos pasa al revés. De mayores somos capaces de vivir solas y pasarlo la mar de bien. Sin embargo, de jóvenes, no entendemos la vida sin estar pegadas a un chico. 

Mis amigas reflexionan. Pronto empiezan a encontrar a su alrededor ejemplos de la teoría que me he sacado de la manga. 

—Sí. Mi tía tiene cincuenta años y se separó el año pasado. Dice que ahora que está completamente sola, empieza a vivir la vida. 
—Pues mi tío, al revés: se quedó viudo a los cincuenta y dos y le faltó tiempo para buscarse una jovencita que tiene la edad de sus hijos. 
—Y en casa, yo tengo el ejemplo de mis padres: mi padre, que ya vive con Lidia; y mi madre, que no vive con nadie —digo yo. Y añado—: Pues bien, no quiero esperar a tener cincuenta años para saber lo que es vivir conmigo misma. 

Dejamos la discusión en este punto porque tenemos que volver a casa; casi es la hora de cenar. 


A las nueve de la noche, me digo a mí misma que ha sido un domingo la mar de pacífico. Todo ha ido como 
la seda: he pasado el día leyendo tumbada en la cama, el chinche que tengo por hermano no ha puesto la música a todo gas, mamá ha mirado la pila colosal de ropa en mi silla y ha hecho como si no la viera, he comido un suculento arroz negro gentileza de mamá y Marcos, y la patinada de la tarde con la pandilla ha resultado perfecta. 

En definitiva, pongo la directa en la recta final del domingo con un estado de ánimo bastante bueno a pesar de que mañana toca entrar en la rutina de la semana. Me repantigo en el sofá para ver el telediario, y dos minutos después siento, por decirlo de forma poco trágica, que el mundo está enfermo. 

[...]

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